lunes, 15 de julio de 2013

LXI

Las golondrinas chillan más agudo cuando se acercan en bandada a los edificios de vidrio y hormigón armado de mi oficina. Esta mañana he oído sus gritos y las he visto detener su vuelo acelerado contra el bloque, erguidas de repente, en suspensión vertical. Las he visto perderse en una curva grácil y sencilla por encima de los tejados, fuera del marco azul. Cuando se cruzan los caminos de borrachos y trabajadores diurnos, cuando el sol aún se oculta detrás de las manzanas, vuelan bajo y rápido por las avenidas principales, vuelan en caótico unísono sobre rutas humanas. Yo, mientras, me encamino al cubículo donde traduzco 8 horas cada día a cambio de dinero. Todas las mañanas. Aunque no estoy solo; otros como yo empiezan ya el día y han dormido poco y quizá también miran por encima de los tejados y ven volar pájaros y se preguntan y creen conocer el cáncer que anida en su mente cada amanecer. Pero no.


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